jueves, 11 de diciembre de 2014

El modelo didáctico pasivo o normativo y didáctica tradicional

Desde las civilizaciones clásicas en el s. XVIII, se implantó un sistema educativo en la enseñanza, un sistema creado por la necesidad del capitalismo de reformar a la sociedad y prepararla para responder a los cambios que se estaban produciendo, tanto culturales como económicos. Un modelo pasivo, un modelo normativo, un modelo que conocemos con el nombre de tradicional. Y es que, como se puede ver, durante muchos años ha sido así, nos han dirigido como han querido y ha sido una tradición hacerlo. Es como si fuéramos los títeres de una función, siempre prestando servicio a la necesidad de la clase más alta.

Y, ¿cuál era la necesidad? La necesidad era hacer personas que no pensaran por sí mismas, personas no críticas, que no reflexionaran, personas que trabajaran sistemáticamente sin quejarse y, sin embargo, estuvieran contentas con ello. Y así fue.
Este modelo educativo consistía en una clase magistral por parte del docente hacia un alumno pasivo, sin opinión ni posibilidad de cuestionar. “Esto es así porque lo digo yo y os lo tenéis que creer”. Una vez me contó mi padre que el profesor de matemáticas explicó un tema en clase y cuando hizo un ejercicio en la pizarra, mi padre se dio cuenta de que estaba mal y se lo dijo. El profesor no aceptaba que fuera así pero mi padre continuaba afirmando que se había equivocado – a pesar de saber que era posible que le diera un cachete, un alumno no podía cuestionar el saber de un profesor. Éste, pensando que su alumno se pondría en ridículo, le hizo salir a la pizarra para demostrarlo. Y así fue, demostró que una operación estaba mal realizada y el profesor reconoció su equivocación.
El sistema tradicional no siempre fue así, los castigos basados en golpes desaparecieron, sin embargo, la didáctica tradicional siguió su andadura como un lobo disfrazado de cordero. El docente seguía teniendo la razón, nadie sabía más que él y el alumno seguía sin poder cuestionar nada. Continuaba dominando la autoridad mediante una disciplina impuesta que exigía la obediencia absoluta del escolar. El profesor era quien organizaba el conocimiento que debían adquirir sus alumnos, lo seleccionaba y elaboraba su propia materia para enseñar lo que él quería que supieran, es decir, trazaba el camino a seguir por sus estudiantes.

Y el lobo siguió por el bosque pareciendo un tierno corderito. Se introdujeron a la sociedad ideas como: si te esfuerzas en el colegio de mayor tendrás un trabajo excelente; todos los que suspenden son tontos, por lo que, todos los que aprueban son muy inteligentes; el colegio desarrolla la inteligencia de forma integral; hay una epidemia de falta de atención; la solución es exigir menos a los alumnos; y la inteligencia se mide con un test. Ideas equivocadas que la sociedad creyó, que la sociedad, a día de hoy, sigue creyendo.

Estas ideas nos hacen pensar que la educación depende solo del alumno y no es así, es imprescindible el papel del docente como guía y modelo, cercano al alumno, con una bidireccionalidad de conceptos. Se precisa de un curriculum y la elección de adecuados recursos didácticos por parte del profesor. Se ha de hacer saber que no todos somos iguales en el sentido de que no todos tenemos las mismas habilidades, a unos se le dan mejor las matemáticas, a otros la música y no por eso hay unos alumnos tontos y otros inteligentes. La didáctica tradicional necesita un cambio en ciertos conceptos. La educación necesita que llegue caperucita roja de una vez para desenmascarar a este lobo.

Y es que, el lobo quiere ser un corderito al que todos adoren, pero él siempre será lobo y dará miedo, es un animal salvaje ¡puede atacar! Sin embargo, pensemos que no todas sus características son malas, el lobo también tiene grandes aptitudes: es un excelente corredor, tiene un gran sentido del olfato y un gran sentido del compañerismo – dos lobos se unen y son compañeros hasta que uno de los dos muere. Por eso, tampoco debemos caer en el error de que la didáctica tradicional es nefasta en todos los sentidos y en todas las situaciones. El método didáctico pasivo o normativo es de gran aplicación a la hora de enseñar a leer y a escribir. Cada método, cada didáctica tienen cabida en un proceso distinto durante la educación, es decir, se han de saber aplicar a situaciones diferentes según la necesidad del alumno y el docente tiene que ser capaz de saber cuándo emplear un método u otro.


Así que, dejemos de lado el concepto de que los lobos son malos solo por ser lobos, recordemos que tienen grandes características y en su hábitat son animales admirables y, por favor, dejemos que caperucita roja le ponga un toque de color al cuento.









Dewey y la pedagogía progresista

Si echamos la vista atrás, podemos comprobar que la escuela se ha estado ajustando a unos perfiles anticuados llenos de formalismos, autoritarismos, competitividad y centrados en la memorización de conceptos transmitidos unidireccionalmente que provocaban – y todavía provocan – la pasividad del alumno en las aulas.

España no está viviendo su mejor momento, pero quizá sí sea el mejor momento para cambiar y hacer que prospere en todos sus ámbitos, pero especialmente en la educación. La educación española necesita un cambio, necesita abrirse a otras formas de enseñar y aprender, no se puede quedar estancada, ha de evolucionar a la vez que la sociedad ya que ambas van de la mano. No podemos permitir que continúen aumentando los casos de alumnos desmotivados y aburridos en las aulas, alumnos que no tienen ningún interés por lo que se les está enseñando y si continuamos así, no haremos más que provocar un rechazo por la educación escolar, con lo cual, necesita una reforma.

Dewey fue uno de los pioneros en este pensamiento “reconstruir y reorganizar la escuela tradicional por una escuela nueva”, entendiendo por escuela nueva aquella que motiva al alumno, lo hace colaborador y partícipe y donde la práctica tiene mucha cabida. Una escuela democrática donde se apuesta por un aprendizaje por proyectos. Una educación basada en la experiencia del alumno en el ámbito familiar y comunicativo, y es que por muy pequeño que éste sea, contará con ciertas experiencias que el profesor – su guía y orientador – le ayudará a potenciar. Educar al alumno para la vida social, fuera cual fuera en ese momento, de ahí que no formulara ningún medio preciso de hacerlo. Y de ahí, que se pueda aplicar en cualquier situación y momento determinado.

Y claro está que las necesidades de hoy en día no son las mismas que hace 100 años, pero gracias a que Dewey no formuló un medio didáctico determinado, podríamos aplicarlo en la actualidad. Si lo hiciéramos, las experiencias de los niños serían muy distintas, pero no importaría, las experiencias han de ser generales, no concretas, para desarrollarlas y que el profesor ayude al alumno a identificar nuevos problemas a partir de ellas. De este modo, se implica al alumno a descubrir, a participar en distintas situaciones y actividades y se genera interés por conocer cosas nuevas.

Los intereses han evolucionado a la vez que la sociedad y se han creado problemas nuevos y muy diferentes, pero para eso está la figura del profesor, para tutelar al alumno. De esta manera se inspeccionarían los datos y se buscarían soluciones para formular hipótesis que posteriormente se comprobarían.

Como se puede ver el papel del profesor es esencial, el profesor ha de considerar continuamente las capacidades de sus alumnos, sus gustos e intereses. Y es muy fácil decirlo, pero muy difícil ponerlo en práctica. Supone un reto muy grande, una gran implicación docente y no todos los profesores tienen la misma capacidad para conseguirlo. Aquellos profesores – la mayoría jóvenes – con ganas de trabajar podrían hacerlo, sin embargo, ¿cómo puedes proponer este cambio a los docentes que llevan toda una vida enseñando de la misma manera o se van a jubilar en breve? Quizá no se pueda, pero sí veo necesaria la implicación de expertos en este campo para enseñar a otros cómo hacerlo.

Dewey, con sus escuelas laboratorio, puso en marcha su proyecto “una escuela democrática que reprodujera el esquema social, una escuela nueva”, “hacer del pensamiento un instrumento que resolviera problemas desde la experiencia y el conocimiento”. Y tuvo un gran éxito gracias a la implicación de sus docentes. Consiguió un alumnado motivado. Formó alumnos como seres individuales comprometidos con el desarrollo de la sociedad. Pero él, que tanto defendía la democracia, experimentó sólo con niños de clase media y alta. ¿Dónde queda la democracia entonces? Hoy en día, democracia es un concepto que se ha de potenciar especialmente porque es enorme la variedad de culturas que encontramos en España y en sus aulas. Todos somos iguales, pero somos iguales de verdad, no sólo de boquilla y ese concepto ha de transmitirse al alumnado desde muy pequeños. El profesor no es sólo profesor de conceptos, también lo es de valores, modales, comportamientos… Un profesor ha de hacer crecer al alumno en todos los sentidos.

Y Dewey contó con docentes que lo hacían y comprobó cómo al final del proceso algunos alumnos habían superado a sus propios profesores en conocimientos. Pero esto no ha de darnos miedo, si alguna vez ocurre que un alumno sabe más que un profesor, este último ha de sentir que su trabajo ha sido un éxito, su alumno es capaz de formular y resolver nuevas hipótesis por sí mismo. Y es debido a que la transmisión de la información no es unidireccional. Tanto alumno como profesor aprenden el uno del otro.

Debemos hacer que los alumnos sean partícipes de la sociedad para conseguir el desarrollo de ésta y no dejar que se estanque como ha ocurrido hasta ahora. Hemos de hacer de la escuela un lugar donde los alumnos tengan la posibilidad de desarrollar un criterio que les permita participar en dicha evolución y prepararlos para afrontar nuevos retos que se encontrarán a lo largo de su vida.
En nuestras manos está conseguirlo. Ya sea aplicando el método Dewey o desarrollando el propio método y llevándolo a un nivel superior.




Montessori y la pedagogía científica


¡Qué cantidad de problemas tenemos hoy en día! Y, ¿por qué? En nuestra vida tenemos momentos buenos, malos y nefastos. Surgen problemas y nos agobian, pero ¿cómo resolverlos? No todo el mundo sabe cómo afrontarlos, pero ¿y si nos enseñarán a tomar decisiones?

El método Montessori se centra en esta práctica, motivar a los niños a tomar decisiones para resolver problemas y escoger alternativas apropiadas. Siempre con el apoyo de la profesora que hace hincapié en la pureza del niño. Y, ¿cómo se consigue? Incitando al niño a dar su opinión para comentarla y discutirla en grupo, para que su confianza aumentara y el niño fuera capaz de enfrentar por sí solo cualquier reto o cambio.

Pero claro, cada niño es un mundo y su manera de aprender es distinta. Las escuelas Montessori dejan que sea el niño el que marque su propia velocidad para aprender, el que elija su propio trabajo en función de su interés y su habilidad. Pero, ¿y si a un niño no le interesan las letras ni quiere descubrir cómo leer o escribir? ¿Lo permitiríamos? Según este método los niños en un momento de su vida aumentan su interés en cosas nuevas y distintas. Pero, ¿a cuántos se refiere cuando dicen “los niños”?

Este método solo está desarrollado en educación primaria, entonces, ¿qué ocurriría con un niño Montessori al llegar a secundaria? ¿Sería capaz de adaptarse a una nueva forma de enseñanza? Según el método Montessori, sí, porque fueron educados para afrontar y resolver problemas. Y, ¿cómo sería su relación con otros compañeros que siguieron una enseñanza distinta? Seguramente, muchos adolescentes lo tratarían como “el raro” solo por pensar y actuar distinto, se meterían con él e incluso lo excluirían, siendo pesimistas. Así que, habrá que confiar en el método Montessori.


El Krausismo en España. Principios teóricos y seguidores


¿Qué hubiera sido de la educación en España si el Krausismo no hubiera repercutido en ella? Quizá la educación continuaría hoy en día ahogada por un pensamiento impuesto por decreto desde las cátedras. O quizá la sociedad española no habría soportado esa situación mucho tiempo y la educación se habría visto influenciada por alguna otra corriente con la necesidad de respirar.

Y es que el Krausismo supuso una ráfaga de aire fresco en la educación española ya que defendía tanto la tolerancia académica como la libertad de cátedra. Buscaba un “hombre nuevo” y la creación de una “nueva mujer”, una mujer con los mismos derechos que cualquier hombre. La llamada coeducación. Pero no nos equivoquemos, la mujer comenzó a tener cabida en la educación de una manera un tanto peculiar ya que no se encontraba al mismo nivel que el hombre. Vamos, que la mujer era una simple compañera del hombre. Sin embargo, fue el primer paso de la mujer en su etapa de desarrollo como igual.

A la vez, el Krausismo introdujo las típicas excursiones que tanto nos gustaban hacer cuando éramos pequeños, las clases prácticas donde aplicar la teoría (¡qué aburrimiento si el profesor se pasa una hora hablando!) y, sobre todo, la educación activa, gradual y armónica. Armonía en el sentido de interrelación entre materias y como característica humana. El ser humano ha de ser ante todo honesto, tolerante, respetuoso y libre en sus decisiones, ya sean religiosas, políticas…


Pero, ¿dónde quedan hoy esos valores, esa forma de vida Krausista? Quizá no se les haya dado el valor que realmente tienen y se han desechado, pero no solo por parte de la escuela, la educación depende de los padres y actualmente ellos la dejan en manos de los profesores, que poco pueden hacer sin su ayuda.