jueves, 11 de diciembre de 2014

Dewey y la pedagogía progresista

Si echamos la vista atrás, podemos comprobar que la escuela se ha estado ajustando a unos perfiles anticuados llenos de formalismos, autoritarismos, competitividad y centrados en la memorización de conceptos transmitidos unidireccionalmente que provocaban – y todavía provocan – la pasividad del alumno en las aulas.

España no está viviendo su mejor momento, pero quizá sí sea el mejor momento para cambiar y hacer que prospere en todos sus ámbitos, pero especialmente en la educación. La educación española necesita un cambio, necesita abrirse a otras formas de enseñar y aprender, no se puede quedar estancada, ha de evolucionar a la vez que la sociedad ya que ambas van de la mano. No podemos permitir que continúen aumentando los casos de alumnos desmotivados y aburridos en las aulas, alumnos que no tienen ningún interés por lo que se les está enseñando y si continuamos así, no haremos más que provocar un rechazo por la educación escolar, con lo cual, necesita una reforma.

Dewey fue uno de los pioneros en este pensamiento “reconstruir y reorganizar la escuela tradicional por una escuela nueva”, entendiendo por escuela nueva aquella que motiva al alumno, lo hace colaborador y partícipe y donde la práctica tiene mucha cabida. Una escuela democrática donde se apuesta por un aprendizaje por proyectos. Una educación basada en la experiencia del alumno en el ámbito familiar y comunicativo, y es que por muy pequeño que éste sea, contará con ciertas experiencias que el profesor – su guía y orientador – le ayudará a potenciar. Educar al alumno para la vida social, fuera cual fuera en ese momento, de ahí que no formulara ningún medio preciso de hacerlo. Y de ahí, que se pueda aplicar en cualquier situación y momento determinado.

Y claro está que las necesidades de hoy en día no son las mismas que hace 100 años, pero gracias a que Dewey no formuló un medio didáctico determinado, podríamos aplicarlo en la actualidad. Si lo hiciéramos, las experiencias de los niños serían muy distintas, pero no importaría, las experiencias han de ser generales, no concretas, para desarrollarlas y que el profesor ayude al alumno a identificar nuevos problemas a partir de ellas. De este modo, se implica al alumno a descubrir, a participar en distintas situaciones y actividades y se genera interés por conocer cosas nuevas.

Los intereses han evolucionado a la vez que la sociedad y se han creado problemas nuevos y muy diferentes, pero para eso está la figura del profesor, para tutelar al alumno. De esta manera se inspeccionarían los datos y se buscarían soluciones para formular hipótesis que posteriormente se comprobarían.

Como se puede ver el papel del profesor es esencial, el profesor ha de considerar continuamente las capacidades de sus alumnos, sus gustos e intereses. Y es muy fácil decirlo, pero muy difícil ponerlo en práctica. Supone un reto muy grande, una gran implicación docente y no todos los profesores tienen la misma capacidad para conseguirlo. Aquellos profesores – la mayoría jóvenes – con ganas de trabajar podrían hacerlo, sin embargo, ¿cómo puedes proponer este cambio a los docentes que llevan toda una vida enseñando de la misma manera o se van a jubilar en breve? Quizá no se pueda, pero sí veo necesaria la implicación de expertos en este campo para enseñar a otros cómo hacerlo.

Dewey, con sus escuelas laboratorio, puso en marcha su proyecto “una escuela democrática que reprodujera el esquema social, una escuela nueva”, “hacer del pensamiento un instrumento que resolviera problemas desde la experiencia y el conocimiento”. Y tuvo un gran éxito gracias a la implicación de sus docentes. Consiguió un alumnado motivado. Formó alumnos como seres individuales comprometidos con el desarrollo de la sociedad. Pero él, que tanto defendía la democracia, experimentó sólo con niños de clase media y alta. ¿Dónde queda la democracia entonces? Hoy en día, democracia es un concepto que se ha de potenciar especialmente porque es enorme la variedad de culturas que encontramos en España y en sus aulas. Todos somos iguales, pero somos iguales de verdad, no sólo de boquilla y ese concepto ha de transmitirse al alumnado desde muy pequeños. El profesor no es sólo profesor de conceptos, también lo es de valores, modales, comportamientos… Un profesor ha de hacer crecer al alumno en todos los sentidos.

Y Dewey contó con docentes que lo hacían y comprobó cómo al final del proceso algunos alumnos habían superado a sus propios profesores en conocimientos. Pero esto no ha de darnos miedo, si alguna vez ocurre que un alumno sabe más que un profesor, este último ha de sentir que su trabajo ha sido un éxito, su alumno es capaz de formular y resolver nuevas hipótesis por sí mismo. Y es debido a que la transmisión de la información no es unidireccional. Tanto alumno como profesor aprenden el uno del otro.

Debemos hacer que los alumnos sean partícipes de la sociedad para conseguir el desarrollo de ésta y no dejar que se estanque como ha ocurrido hasta ahora. Hemos de hacer de la escuela un lugar donde los alumnos tengan la posibilidad de desarrollar un criterio que les permita participar en dicha evolución y prepararlos para afrontar nuevos retos que se encontrarán a lo largo de su vida.
En nuestras manos está conseguirlo. Ya sea aplicando el método Dewey o desarrollando el propio método y llevándolo a un nivel superior.




1 comentario:

  1. ... y paradójicamente, 100 años después, esta Nueva Escuela nos sigue pareciendo nueva.

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