Si echamos la vista atrás, podemos comprobar que la
escuela se ha estado ajustando a unos perfiles anticuados llenos de
formalismos, autoritarismos, competitividad y centrados en la memorización de
conceptos transmitidos unidireccionalmente que provocaban – y todavía provocan
– la pasividad del alumno en las aulas.
España no está viviendo su mejor momento, pero quizá
sí sea el mejor momento para cambiar y hacer que prospere en todos sus ámbitos,
pero especialmente en la educación. La educación española necesita un cambio,
necesita abrirse a otras formas de enseñar y aprender, no se puede quedar
estancada, ha de evolucionar a la vez que la sociedad ya que ambas van de la
mano. No podemos permitir que continúen aumentando los casos de alumnos
desmotivados y aburridos en las aulas, alumnos que no tienen ningún interés por
lo que se les está enseñando y si continuamos así, no haremos más que provocar
un rechazo por la educación escolar, con lo cual, necesita una reforma.
Dewey fue uno de los pioneros en este pensamiento
“reconstruir y reorganizar la escuela tradicional por una escuela nueva”,
entendiendo por escuela nueva aquella que motiva al alumno, lo hace colaborador
y partícipe y donde la práctica tiene mucha cabida. Una escuela democrática
donde se apuesta por un aprendizaje por proyectos. Una educación basada en la
experiencia del alumno en el ámbito familiar y comunicativo, y es que por muy
pequeño que éste sea, contará con ciertas experiencias que el profesor – su
guía y orientador – le ayudará a potenciar. Educar al alumno para la vida
social, fuera cual fuera en ese momento, de ahí que no formulara ningún medio
preciso de hacerlo. Y de ahí, que se pueda aplicar en cualquier situación y
momento determinado.
Y claro está que las necesidades de hoy en día no son
las mismas que hace 100 años, pero gracias a que Dewey no formuló un medio didáctico
determinado, podríamos aplicarlo en la actualidad. Si lo hiciéramos, las
experiencias de los niños serían muy distintas, pero no importaría, las experiencias
han de ser generales, no concretas, para desarrollarlas y que el profesor ayude
al alumno a identificar nuevos problemas a partir de ellas. De este modo, se implica
al alumno a descubrir, a participar en distintas situaciones y actividades y se
genera interés por conocer cosas nuevas.
Los intereses han evolucionado a la vez que la
sociedad y se han creado problemas nuevos y muy diferentes, pero para eso está
la figura del profesor, para tutelar al alumno. De esta manera se
inspeccionarían los datos y se buscarían soluciones para formular hipótesis que
posteriormente se comprobarían.
Como se puede ver el papel del profesor es esencial,
el profesor ha de considerar continuamente las capacidades de sus alumnos, sus
gustos e intereses. Y es muy fácil decirlo, pero muy difícil ponerlo en
práctica. Supone un reto muy grande, una gran implicación docente y no todos
los profesores tienen la misma capacidad para conseguirlo. Aquellos profesores
– la mayoría jóvenes – con ganas de trabajar podrían hacerlo, sin embargo,
¿cómo puedes proponer este cambio a los docentes que llevan toda una vida
enseñando de la misma manera o se van a jubilar en breve? Quizá no se pueda,
pero sí veo necesaria la implicación de expertos en este campo para enseñar a
otros cómo hacerlo.
Dewey, con sus escuelas laboratorio, puso en marcha su
proyecto “una escuela democrática que reprodujera el esquema social, una
escuela nueva”, “hacer del pensamiento un instrumento que resolviera problemas
desde la experiencia y el conocimiento”. Y tuvo un gran éxito gracias a la
implicación de sus docentes. Consiguió un alumnado motivado. Formó alumnos como
seres individuales comprometidos con el desarrollo de la sociedad. Pero él, que
tanto defendía la democracia, experimentó sólo con niños de clase media y alta.
¿Dónde queda la democracia entonces? Hoy en día, democracia es un concepto que
se ha de potenciar especialmente porque es enorme la variedad de culturas que
encontramos en España y en sus aulas. Todos somos iguales, pero somos iguales
de verdad, no sólo de boquilla y ese concepto ha de transmitirse al alumnado
desde muy pequeños. El profesor no es sólo profesor de conceptos, también lo es
de valores, modales, comportamientos… Un profesor ha de hacer crecer al alumno
en todos los sentidos.
Y Dewey contó con docentes que lo hacían y comprobó
cómo al final del proceso algunos alumnos habían superado a sus propios
profesores en conocimientos. Pero esto no ha de darnos miedo, si alguna vez
ocurre que un alumno sabe más que un profesor, este último ha de sentir que su
trabajo ha sido un éxito, su alumno es capaz de formular y resolver nuevas
hipótesis por sí mismo. Y es debido a que la transmisión de la información no
es unidireccional. Tanto alumno como profesor aprenden el uno del otro.
Debemos hacer que los alumnos sean partícipes de la
sociedad para conseguir el desarrollo de ésta y no dejar que se estanque como
ha ocurrido hasta ahora. Hemos de hacer de la escuela un lugar donde los
alumnos tengan la posibilidad de desarrollar un criterio que les permita
participar en dicha evolución y prepararlos para afrontar nuevos retos que se
encontrarán a lo largo de su vida.
En nuestras manos está conseguirlo. Ya sea aplicando
el método Dewey o desarrollando el propio método y llevándolo a un nivel
superior.
... y paradójicamente, 100 años después, esta Nueva Escuela nos sigue pareciendo nueva.
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